En algún muro de Facebook leí algo así como “¿Tú que tomas para ser feliz? Yo, decisiones.” Y aunque no deja de ser algo evidente, no está de más recordar la importancia de la toma de decisiones en la resolución de conflictos o en el avance de proyectos. Nada pasa si no movemos ficha o peor, pasan cosas sobre las que no tenemos ningún tipo de control. Es por ello que es vital que nuestro proceso de decisiones sea coherente con lo que deseamos conseguir y no tanto atendiendo a impulsos irracionales o a creencias preestablecidas. Hoy os proponemos unas sencillas pautas para hacer del proceso de toma de decisión un aliado en lugar de un acto que nos provoque nerviosismo y ansiedad.
En primer lugar, al tener un problema, para no dejes que esa voz interior te lleve hacia las consecuencias del problema y céntrate en analizarlo fríamente. Para ello hazte preguntas como ¿Realmente es un problema? ¿Soy yo la persona que ha de hallar la solución? ¿Es urgente o importante? ¿Se solucionará solo o he de tomar alguna decisión para que esto ocurra?
Una vez que tenemos claro que tenemos un problema o conflicto, identifícalo. Analiza qué está pasando, qué está provocando, quiénes son los agentes implicados en el mismo y para quién supone mayores dificultades. Se trata de conseguir detallar el problema de manera que podamos descomponerlo y ver qué situaciones se dan para que esté activo el problema.
Alguien me dijo que antes de inventar soluciones que buscara qué habían hecho otros en mi mismo caso. Aunque ya sabemos que no hay dos problemas iguales, en muchos casos, buscando estándares, códigos de buenas prácticas, protocolos de cómo trabajar ante determinadas situaciones puede ayudarnos bastante a minimizar el tiempo que le dedicamos a la resolución del caso. Es posible que en otra organización hayan tenido el mismo problema que nosotros, pues veamos qué han hecho, cómo les ha funcionado y si existen criterios ordenados sobre cómo afrontar una situación como la nuestra.
Tras el paso anterior, es muy probable que ya tengamos alguna posible solución. Y también puede ser que ninguna nos parezca lo suficientemente apropiada para aplicarla a nuestro caso. Haz entonces una lluvia de ideas, piensa todo lo que se te ocurra para mejorar la situación actual y redáctalas. Algunas preguntas que puedes hacerte para ayudarte a extraer ideas son del tipo: ¿Cómo puedo hacer esto de manera distinta? ¿Cómo evitar que vuelva a pasar? ¿Cómo cambio el entorno para que no se dé? ¿Quién puede colaborar conmigo en la resolución?
Con las ideas encima de la mesa, evalúalas para saber con cuál quedarte. Para ello te propongo que utilices este esquema para cada una de las ideas, que te puede ser de utilidad:
Bien es verdad, que tras el análisis puede que ninguna idea te satisfaga por completo, con lo que tendrás que plantearte cambios en la idea para que pueda ser aceptable.
Por último has de poner en marcha tu idea, tomar una decisión. Ponlo en marcha pronto y no lo posponga indefinidamente, date una fecha y márcate unos plazos, de tal forma que si no funciona, puedas empezar a plantearte otra solución. Evalúa lo que has hecho y registra si efectivamente ha sido la mejor decisión que podías tomar.
Tomar decisiones forma parte de nuestra vida y nuestro trabajo de manera constante. No podemos no tomar decisiones, ya que cuando decidimos no hacerlo estamos tomando una decisión también, la de evadir la toma de decisiones, y esta, seguro que no nos llevará al camino deseado.